Con aquello del deporte, no eran pocos los masajes que tenía que darme una y otra vez para recuperar las piernas y espalda de los largos entrenamientos a los que les sometía. Así que lo que percibía como beca paralímpica lo invertía principalmente en masajes. La verdad es que cuando se habla de masajes, todo el mundo imagina un ambiente relajado y un poco de dolor no doloroso que libera de las cargas y consigue que uno esté mucho mejor desde el mismo momento en que le plantan un dedo en la espalda. El masaje deportivo no es exactamente igual. Eso es más bien un dolor doloroso que sí, al final sale rentable, pero que hay que pasar por él.
La cuestión es que en mis sesiones de masaje me iba interesando por la materia, preguntaba por qué esto o lo otro, por qué unos masajes eran distintos de otros, cuáles eran los fundamentos que hacían que un masaje fuera beneficioso, etc. Así que me lancé y me puse a estudiar quiromasaje primero y masaje deportivo después. Aparte del tópico de que los ciegos son muy buenos masajistas por aquello de que la falta de visión potencia los otros sentidos, tengo grandes recuerdos de aquellos cursos.
Al principio, durante la parte teórica, tuve que hacer especiales esfuerzos por entender los movimientos de la quirogimnasia que debía fortalecer las manos y los dedos cuando lo explicaban y los profesores y yo tuvimos también que hacer esfuerzos por hacerme entender la anatomía de articulaciones, huesos, músculos con sus inserciones, dirección de fibras, movimiento, etc. Mención especial, el día que en la facultad de medicina, la persona que estaba enseñando con un cuerpo real el interior de los músculos me dijo que me pusiera unos guantes y me pusiera con ella a hacer aquella exploración en la que tuve ocasión de tener en las manos un nervio ciático, un bíceps, un glúteo o un pectoral. Garantizado: no hay visión romántica posible para aquellos momentos.
El caso es que cuando tocó pasar de la teoría a la práctica, dado que lo que tenían que explicar se hacía más bien con demonstraciones, de repente me preguntaron cómo haríamos para que yo me enterara. Dado que el título de la primera práctica era “Masaje relajante de espalda”, propuse que yo fuera el sujeto con el que se hicieran siempre las demonstraciones. De esta forma, a medida que señalaran el sentido del masaje, el tipo de amasado, etc., yo lo percibiría en mi cuerpo como si lo estuviera viendo. Así que nada, nos pareció bien a todos y cuando la profesora me dijo que me quitara la camiseta y me aflojara la cinta del pantalón, me dispuse a hacerlo sin más. Sobre la camiseta, dado que entrenaba un sin fin de horas, flexiones, abdominales, pesas y además tenía 25 años, no tuve ningún inconveniente en quitármela delante de toda la clase e, interpretando que era por el bien de la relajación, me solté el pantalón. Me coloqué en la camilla decúbito prono, es decir boca abajo, y escuché con atención las indicaciones que iba dando la profesora pasando las manos por mi espalda. Todo tenía muy buena pinta y el final feliz de aquellas explicaciones sería un masaje relajante en mi espalda, hasta que de repente escuché mientras la profesora tocaba la parte alta de mis muslos que un buen masaje de espalda termina por debajo de los glúteos. Toda relajación se me acabó cuando sentí cómo tiraban de un golpe de mi pantalón hasta la parte de arriba de mis muslos y mis glúteos, es decir mi culo, quedaron totalmente expuestos ante toda la clase.
Un final más feliz tuvo el otro tipo de amasado que tuve ocasión de aprender hace unas semanas en el taller de panadería con Su, de Webos Fritos en las instalaciones de Chic Bakery, y, en efecto, como dice Su, este amasado es muy relajante para quien lo practica, sin contar con que el pan hecho en casa es un auténtico placer. Ante una irresistible oferta de tortilla de Betanzos con huevos de gallinas criadas en casa y en libertad, gracias Montse y Gina, se me ocurrió hacer un pan que acompañara tan exquisito y sencillo plato.
Como la receta no es mía, pongo el enlace de la fuente, Webos Fritos aunque yo le he dado forma de hogaza, por aquello de tener mucha miga para mojar, lo cual ha dejado los tiempos de cocción en 10 minutos a 250 grados y 25 minutos a 220.
Al final, la visión de la hogaza, mucho más agradable que la de mis compañeros de clase, aunque me encantan los amasados con final feliz! 😉 Y… cuidado con las manos, que van al pan!