Como decía en el post reflexión de aniversario, antes de esta larga pausa veraniega, si he tenido oportunidad de hacer muchas cosas, ha sido porque afortunadamente no me ha faltado gente que me apoyara por muy descabellado que pudiera parecer lo que proponía o porque me apuntaba a lo que me proponían.
El esquí, que acabó siendo una actividad a la que dediqué mucho tiempo, no fue menos, aunque en sus inicios lo practicáramos de una forma un tanto, vamos a decir, artesanal. Si hay una cosa que me reenganchó al esquí, fue la sensación de libertad que creía haber perdido al mismo tiempo que la vista. A fin de cuentas, para desplazarme, siempre tenía que ir agarrado a una persona o al bastón, salvo cuando nadaba o cuando esquiaba. Y bueno, todos convendrán conmigo que las sensaciones practicando estas actividades no son las mismas.
La cuestión, es que en aquella época, para esquiar, usábamos una técnica nada científica, que no era otra que dejar que mis amigos se adelantaran unos metros, me dieran un grito para orientarme y yo esquiara hacia el lugar de donde provenía la voz. Así, cuanto más se alejaran, más rato podía yo sentir la libertad de esquiar.
Un día se adelantaron dos amigos, se detuvieron y desde bien lejos me dieron el ansiado grito: “AaaaQuíí!”
Raudo y veloz me precipité buscando la línea de la pendiente y, absorto, me puse a deslizarme atento a la siguiente instrucción que debía escuchar al llegar cerca de mis amigos y guías: “Frena!”.
Sin embargo, escuché a uno de ellos que decía: “Derecha!” y al otro que decía: “Izquierda!”. En menos de un segundo, dado que no sabía por qué instrucción decidirme, seguí recto y no tardé en notar cómo pasaba un palo entre mis piernas.
Tal y como me contaron el incidente desde su punto de vista, parece ser que vieron como me iba dirigiendo hacia una baliza que marcaba una zona en la que afloraban algunas piedras. Se pusieron a calcular las posibilidades de que me chocara con ella, usando un método tan poco científico como el sistema para guiarme. “Se da?”, “Ni de coña.”, “No, no se da.”, “Se da?”, “Que no, que no.”. “Se da!”, “Se da! Se da!”, “Derecha!”, “Izquierda!”
Por no entrar en detalles que aportarían poca información más allá de lo que ya habéis imaginado, no voy a explicar por qué he elegido para casar con esta historia unos huevos estrellados.
Huevos estrellados con sobrasada.
Ingredientes para 2 personas.
3 patatas medianas.
2 huevos.
50g de sobrasada.
Sal.
Cortar y pelar las patatas En finas rodajas, mejor si es con la mandolina. Aunque se pueden freir, yo las he hecho en el microondas de la siguiente manera. Tras cortar lasrodajas, se limpian bajo el agua fría hasta que se elimine el almidón y el agua quede clara. Secar las patatas y, en un recipiente, mezclar con 2 cucharadas de aceite de oliva y la sal. Disponer en un plato rodaja a rodaja sin que semonten las unas sobre las otras. El tiempo de micro depende de la patata y del grosor de la rodaja. Yo he empezado por 5 minutos a máxima potencia y he incrementado el tiempo de 30 en 30 segundos hasta que han quedado prácticamente crujientes. Este proceso se puede llevar también a cabo en el horno disponiéndolas de la misma manera y dejándolas unos 25 minutos a 220 grados. También hay que vigilar. En ambos casos, si se dejan un poco más de tiempo, quedarán crujientes y se pueden tomar de aperitivo a modo de patatas chip, sólo que con menos grasa que las fritas y, por supuesto, que las de bolsa.
Volviendo a los huevos estrellados, se monta el plato poniendo en un aro de emplatar por persona, una capa de patatas, sobrasada desmigada, otra capa de patata, otra de sobrasada, para terminar por una de patata. Se retira el aro y sobre éste se posa un huevo frito habiendo tenido la precaución de dejar la yema poco hecha.